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domingo, 6 de noviembre de 2011

Te diré una cosa...

Si, puedo parecer exactamente igual a todas las demás que algún día te cruzaste, porque cuando me esfuerzo por serlo, lo consigo. Soy capaz de pasar un día entero sin pensar en nada, mente en blanco, caminar por la calle y no mirar nada en concreto, caminar sin más. También podría juzgar a las personas por la primera impresión, e incluso por su físico, pero no lo hago. No me dejo llevar por las opiniones de los demás, la gente corriente no me pega su mediocridad porque yo no dejo que lo hagan. Sé parecer normal, sé hacerlo. Sin embargo, si realmente quieres conocerme, te diré que no soy para nada una chica corriente. Cuando escucho música, lo hago leyendo la letra de las canciones porque soy de las que creen que es más importante que la melodía. Cuando voy en el metro observo a todo el mundo, miro cada rincón, y, si por ejemplo leyendo un fragmento una frase llama mi atención, saco el móvil y la apunto. Pienso, constantemente, reflexiono sobre todo e innumerables veces me decepciono. Le temo a todo lo que puede hacerme daño. No creo en el amor actual, pienso que esta impregnado de reglas, posesiones y costumbres. Sin embargo, sí creo en mi propio concepto de amor, que implica libertad, confianza y amor en sí mismo. Me encanta el deporte y sé que cuando comience a practicarlo de nuevo seré mucho más feliz, pero me falta la confianza y la decisión necesarias. Bailo, no sé si bien o mal, pero disfruto haciéndolo, y del mismo modo canto. La conciencia me castiga cuando hago cosas que sé que están mal, y suelo romper la promesa de no volverlas a hacer. Lloro a todas horas: cuando veo a alguien llorar, con la televisión y las películas, cuando me aburro, cuando me siento culpable, cuando echo de menos, cuando me hacen daño, cuando hago daño y cuando me siento impotente. Pero incluso mientras lloro llevo puesta la sonrisa, esa si que nunca me abandona. Soy madura y lo sé, pero una parte de mí, inconscientemente, huye para evitarlo. Soy vaga y no estoy para nada orgullosa de ello, todo lo contrario, me hace sentir inferior. La envidia me corroe, muchas veces, casi a diario, y lo odio, pero es una envidia sana. Soy insegura y, a ratos, vergonzosa y pienso que puedo ser mucho mejor de lo que soy, aún así he aprendido a vivir con ello. Mi orgullo está en proceso de construcción. Soy de las que no olvidan fácilmente a las personas que han pasado por mi vida. Sinceramente creo que no se olvida nunca, si no que todo pasa a otra lugar en la memoria. Lo sé, cada persona tiene sus defectos y virtudes, características al fin y al cabo. Y, si piensas en las tuyas, espero que te alegres al darte cuenta que también te sales del montón.



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